LA DANZA EN LA ÓRBITA DE ORÍGENES
Antología de:
Pedro Simón Martínez
Primera edición, 1994, Ediciones Cuba en el Ballet, La Habana
Segunda edición, 2008, Editorial Letras Cubanas,
Instituto Cubano del Libro, La Habana
© Sobre la presente edición, tercera, ampliada: Ediciones Cumbres, 2024
© Imagen de cubierta: sobre la viñeta de Mariano Rodríguez para la portada del primer número de la revista Orígenes (1944).
© Ilustración de Mariano Rodríguez para el texto “De la danza”, de Paul Valéry (traducción de Guy Pérez Cisneros), publicado en la revista Grafos, La Habana, abr.-may., 1941.
Todas las imágenes que aparecen en esta edición provienen de los archivos de la Colección Museo Nacional de la Danza, La Habana, Cuba.
Coordinador: José Ramón Neyra
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ISBN: 978-84-124628-3-8
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Entre los acontecimientos de mayor transcendencia en la literatura cubana del siglo XX, se distinguen de manera particular la aparición de la revista Orígenes (1944-1956) y el impulso de creación poética surgido alrededor de esta publicación, cuya cualidad irradiante se extiende hasta nuestros días. Convocados por la personalidad sorprendente de José Lezama Lima (1910-1976), la revista nucleó a un eminente grupo de escritores y artistas que aportaron a la cultura cubana momentos de raro esplendor. Es conocido que Orígenes animó, además del acontecer específicamente literario, expresiones como las artes plásticas y la música. Pero es generalmente menos advertido que en su espacio creativo estuvo presente una afinada sensibilidad hacia el arte de bailar, reflejada de muy diversas maneras en la obra de las principales personalidades de Orígenes.
Esta antología fue concebida y preparada por Pedro Simón Martínez, como una muestra de la presencia de la danza en la obra de los llamados “origenistas”. En ella se reúnen textos de distinto carácter e intención, firmados por los más famosos integrantes del grupo. De algunos de estos escritores se incluyen, además, textos publicados en etapas anteriores o posteriores a la existencia de la revista, incluso escritos en años recientes, lo que confirma la permanencia del tema en su trabajo literario.
Con esta edición se pone al alcance, tanto de los interesados en la literatura como en el arte de la danza, algunos resultados de estos felices encuentros. Y recordando una sentencia de Lezama Lima, referida a las relaciones entre el pensamiento literario y el misterio de la danza, podemos esperar que estas confluencias serán recibidas con especial deleite por aquellos que saben, “según la lección de Nietzsche, que toda idea tiene que ser bailada; entonces lograremos bailar el silencio y la música estelar”.
LA IMAGO:
UN EJERCICIO
DE DANZA
Ivette Fuentes
Si bien son conocidas las aristas que acercan a Orígenes con la Música y las Artes Plásticas, amén de la esencialidad poética que lo nucleara, las ilaciones con la Danza no son menos importantes. Desde la admiración ferviente y desinhibida a danzarines, pasajes en los que se expresa la exaltación que produce el baile, hasta la angustia que esconde la condición fugaz del movimiento, ensimismamiento de una emoción que se introspecta, la gama de lo danzario deja su impronta en el Grupo.
Ya en las crónicas habaneras de José Lezama Lima se acierta su imagen en las figuras de la Alonso y la Markova. Descubierto el “punto rosa” de la Danza, su camino llevará a otros pasajes más interiores y, a partir de los secretos encontrados, su poesía —de alta plasticidad— desvelará un marcado esteticismo danzario, a veces plenamente reflejado como en Dador, otras como trasunto medular de su poética como en “Danza de la jerigonza” o “El coche musical”, o como integrador de conceptos (espacial y, particularmente, corporal) como en Oppiano Licario.
Eliseo Diego y Cintio Vitier también encantarán su palabra con la danza de Alicia Alonso, y es Fina García Marruz quien al hablar de ella se sorprende con las vecindades de su cuerpo en movimiento y el íntimo lirismo de la poesía cubana, convergencia plasmada en versos que dibujarían su forma escénica en la creación de Alberto Méndez Canción para la extraña flor, conjugación perennizada en la crónica de Cleva Solís que inaugura los “afortunados designios” del encuentro.
Otro acontecimiento donde Danza y Poesía confluyeron lo protagonizarían Alicia Alonso y José Lezama Lima cuando se estrenara el ballet Forma, coreografía de Alberto Alonso, con música de José Ardévol inspirada en versos del poeta, verdadero hito en la historia cultural del país.
Pero más que acercamientos circunstanciales patentizados en crónicas de arte, homenajes o poemas dispersos dentro de una obra vasta que abarca desde el baile flamenco, el folklórico y el moderno, hasta el ballet clásico, la Danza verbaliza la hipertelia y trascendencia de la expresión origenista.
En uno de sus textos Lezama Lima hablaba de “...la seguridad de que una idea o una sensación pueden ser danzadas...” La sentencia súbitamente nos remite al sentido de unidad, afán reduccionista de una estética que enfrenta la tendencia caótica de un mundo ante cuya incoherencia fragmentaria se impone “la vuelta a los orígenes”, rango primigenio donde cada forma es única y diversa a la vez, donde palabra y gesto son figuras de una misma expresión, donde —como dijera Gastón Baquero— “la danza puede ser el idioma perdido de unos dioses”.
Este propósito unificador de la cultura en busca de su esencialidad frente a la adulteración de sus propuestas, es el adentramiento en una “modernidad” que se pierde entre el eco de las voces seculares. Por eso el rasgo más notable hallado en el baile será “este canto que viene de más allá de las entrañas”, más allá de los contornos de la propia apreciación, siempre “al borde del abismo”, en los márgenes precisos que deslindan lo fenoménico de la esencialidad. El hallazgo de los caracteres que consustancializan las artes, será el elemento común encontrado en las aproximaciones origenistas a la Danza, diferenciación de la inmanencia del juego gestual y la trascendencia de su dictamen. Es buscar el origen para conocer los cimientos y la profundidad, el alcance y la razón, las posibilidades de vuelo y convergencia. Por eso es el espacio, como paisaje en que se expresa, uno de los motivos de consideración; es el salto y la caída, a veces para quedar en parábola destruida:
Sabe caer,
pero el tremendo barco preso en la botella
estalla en la región más dulce de la espalda,
y una melodía, un responso se detienen
en el pie pedido a la flor de la sangre.
[Virgilio Piñera]
Otras para, en nuevo impulso, ascender:
impreca,
rabioso, fratricida,
criatura total,
yérguese
arrodíllase
cae como herido
y lo recoge muerto,
la luz.
[Fina García Marruz]
Tales son las certezas sentidas al leer los textos dedicados a la Danza. Porque si el baile dibuja una plástica, un cuerpo que hilvana las hebras de “la luz y la sombra”, es la poesía la idea que se dibuja en los hilos de sus versos. Y más allá de la figura representada, es la gracia del momento en que lo invisible figurado y lo visible corporizado se hacen ronda.
Es este el secreto encontrado en la poesía origenista, la cuerda que tensa “la unidad que forman los vivientes y los muertos”, la presencia vivida y observada en el desvelamiento del recuerdo, la ausencia devuelta, salvada por la evocación. Y la evocación es la primera sustantividad de la Danza, “cuerpo que en la derivación se entrega al baile” para crear la forma, la “sombra y el cuerpo enemistados que vagan” por la memoria.
El sentido de la trascendencia, elevación de la inmediatez, de la ramplonería, el salto sobre la corrupción del tiempo, para perdurar, halla en la esencia danzaria una fiel imantación.
Fina García Marruz dirá: “breve es mi vida / junto a tu forma que / sólo solicita una hora necesaria”; sensación efímera del cuerpo sólo evocado por el instante de la creación. Expresión de Lezama en su poema para Forma:
El primer cuerpo creador, creador alternado,
clara enemiga, desprende una luz embriagada,
robusto mensaje de la ola viajera.
La forma pasajera, evocada en el instante, se abre al vuelo de la danza, se eleva la idea y trasciende el momento. Así dirá Cintio Vitier:
posa
pulsa
pisa el polvo
de los siglos del seudópodo a la estrella.
La búsqueda de lo imperecedero a través de la trascendencia, el milagro de la forma en la perfección, la universalidad en las filigranas del detalle, son claves de la poética origenista presentidas en su balbuceo con la Danza.
La perennidad del baile como expresión sensorial de una larga tradición, oportunidad de contemplar en un instante la confluencia de las culturas, es también “infinita posibilidad” de la poesía. Y en la poesía origenista se interpreta en el proyecto lezamiano de la “teleología insular”, mito de la insularidad que habita los recodos de su signo espiritual.
La Isla está presente en la visión de la Danza, que es el encuentro obligado del arte de Alicia Alonso y su versión de la cubanidad. Para Cintio Vitier es, pues, el baile de Alicia el sentido de la Isla: “...cuando David se lanza a danzar ante el Arca de la Alianza, Alicia Alonso estrena su Giselle en Nueva York, y ya todos sabemos, Hilda Doolittle, qué son las islas para ti, para mí, para todos...” Misterio insular, “descarga del temperamento” que se lleva a su máximo vislumbre. Secreto de una idiosincrasia hecha gesto y movimiento, palabra, conversación, geometría de los cuerpos en el desplazamiento. Así diría Lezama Lima: “Ya no era tan sólo un juego de la gracia y de la sensibilidad, sino el cumplimiento de un destino y el vencimiento de una fatalidad”; pues “la pereza y la voluptuosidad” abandonan su laxitud para significarse en formas de una danza, de un decir entre el hombre y el paisaje, ritmo que establece la elevación del movimiento a su signo danzario, lo inmanente trascendido por los laberintos en que se confunden los gestos banales con “el silogismo del cuerpo” y que sólo la comprensión de sus íntimos resquicios le salvan de la condenación.
La hipérbole danzaria de Alicia Alonso es el cumplimiento de un destino: “lleva tus ideas a su unidad y a su esplendor”, flecha danzada “de los poros a las estrellas”. Es el symphatos que conduce la imago del verbo y el movimiento que devuelve las ideas en ecuaciones corporales. Los síntomas de la “cubanidad”, las caprichosas manifestaciones de la raigambre hispánica, traducidas al movimiento significan el comienzo de una emancipación, un emblema de la gracia que se nutre de sus propias esencias para ser signo de su razón. Así la “isla-pez”, la “palma-pez”, es el símbolo del baile de un cuerpo con la brisa, de un punto que se abre a su tradición, el emblema del aire y del agua, espíritu que se volatiliza y expande para abrazar el sentido de una nación.
Es este el mejor acento que encuentra la poética origenista en el arte de Alicia Alonso, mito insular que metaforiza más aún que los pasos de danza, las bases de una escuela cubana de ballet —como bien comprende y expone Fina García Marruz— para tejer con las hebras de un mismo esteticismo el verdadero “empalme y costura” de la cubanidad.
La Isla es, así, algo más que una forma en el océano. Es ante todo imagen, sensación y luz. El espíritu se encuentra anegado en su figura y se descubre “ciegamente bailando en los átomos del rayo de luz”.
Y la luz, importante rango estético en la poesía origenista, es punto convergente de la Danza, el salto precipita a veces la caída y la “aspiración al vuelo” es descendimiento a los infiernos. Las vueltas del rítmico movimiento hacen dudar al danzante: “¿Sabe acaso el metódico danzante dónde respira el aire?” La inquietud la resuelve el propio vuelo, pues es “ala ya de un pneuma blancura de la bruma...” y el viaje es de nuevo el ascenso y la iluminación, no en el desenfrenado grito de un poderío, sino en la tímida visión de su reverencia. Así dice Octavio Smith:
Viejo temblor de ríos danzarios, gloria
sagaz, crispada, ironizante, tierna
de esta luz que aquí y allá la curva
de un fruto esboza, levita, escamotea
Si la tradición se resuelve en un paso de danza, si la poesía sabe decir que el movimiento sostiene los avatares del espíritu y que la sensual cadencia de un gesto o de una conversación es algo más que una imagen pasajera, es que la insularidad muestra su triunfo.
El verso es algo más que la palabra y el baile algo más que la emoción. Ejercitarse en la danza es para el poeta —finalmente— escuchar su canción. Es el mandato y el ruego:
Dance la luz reconciliando
al hombre con sus dioses desdeñosos.
Ambos sonrientes, diciendo
los vencimientos de la muerte universal
y la calidad tranquila de la luz.
[José Lezama Lima]