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Marta García nos ofrece en DANZAR MI VIDA las memorias de su brillante carrera artística. Toda una vida dedicada a la Danza como Primera Bailarina del Ballet Nacional de Cuba, Directora Artística del Ballet Estable del Teatro Colón de Buenos Aires y Directora artística, pedagoga y adaptadora de repertorio del Gran Ballet de Cámara del Instituto Alicia Alonso de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Numerosas anécdotas y reflexiones sobre el ballet clásico sorprenderán al lector por su tono autobiográfico que se sitúa entre lo biográfico y lo reflexivo, entre lo íntimo y lo público. Marta García nos habla de su relación con grandes coreógrafos como Antonio Gades, su técnica y disciplina en la creación de grandes clásicos como "Giselle", "El lago de los Cisnes", "Coppélia", "Bodas de sangre"o "Tarde en la siesta", el misterio y la magia que acompañan la representación. Un libro dedicado a los amantes del ballet, a estudiantes de danza y a todos aquellos que quieran adentrarse en el fascinante lenguaje de la danza desde la mirada profunda y cercana de una de sus grandes protagonistas.
"EL ESPEJO DE LA VIDA"
¿Por qué son necesarias las memorias escritas por las bailarinas y los bailarines? Hay muchas respuestas a mano, pero pienso que la imprescindible es que nos aportan un punto de vista diferente por cercano, carnal, donde cualquier objetividad es suplida heroicamente por la vivencia. En muchos sentidos, es el complemento substancial a las labores de los historiadores, los cronistas y los críticos. Como expresa Richard Buckle en “The adventures of a ballet critic”: “nada de lo que diga aquí tendrá el peso moral de lo que diga el artista”.
La literatura de ballet en lengua castellana (en español, si se prefiere), sigue siendo hoy magra y llena de lagunas. Recuerdo perfectamente, en el caso específico de las memorias, cómo en mi juventud de amante de la danza, en La Habana, apenas se podía tener el hallazgo de las memorias de Tamara Karsavina (en la edición de 1953 de la casa Schapire de Buenos Aires que aún conservo) o una edición expurgada de los “Diarios” de Vaslav Nijinski también procedente de Argentina o “Mi vida” de Isadora Duncan y poco más. Esos eran todos los tesoros bibliográficos que podían emerger de las estanterías de los menguantes negocios libreros de la calle Obispo; y así pasaban de mano en mano, desde el balletómano al estudioso y viceversa. Después, diríase en los tiempos contemporáneos, se han editado en español las memorias de Martha Graham y las de Maya Plisetskaia. En lengua inglesa, sin embargo, ha habido una abundancia de tales empeños literarios que no conocen traducción todavía. También en Rusia muchos bailarines han dejado memorias; recientemente Carla Fracci ha escrito las suyas.
Mis recuerdos personales de Marta García sobre el escenario (ya fuera en el Auditórium (después Amadeo Roldán) o el Federico García Lorca (después rebautizado como Gran Teatro de La Habana) son muchos y antiguos, diría que crecí, en cuanto ojo observador, con ella junto a otros artistas de su generación, que es la mía, y en cierto sentido bajo la égida estética y presencial de Alonso. Ya en este libro cercano y directo, Marta García cuenta explícitamente esa dificultad angular, de crecer por sí misma sin pisar en la misma huella de su predecesora, buscar la voz propia respetando los patrones del estilo, las maneras de la técnica y los detalles de cada obra marcada, y esto se constituye en una fructífera enseñanza para los jóvenes aspirantes a esa la dura y siempre ingrata carrera de la “ballerina”.
Pero especialmente no quiero dejar de mencionar algunos roles de creación a los que la asocio directamente y que están en mi parnaso particular y que además, considero esenciales si hablamos de Escuela Cubana de Ballet en cuanto patrimonio coréutico: la protagonista de “Mascarada” (creado por Ana Leontieva sobre la partitura homónima de Jachaturian); la Soledad de “Tarde en la siesta” (coreografía de Alberto Méndez sobre las piezas para piano de Ernesto Lecuona) y la Adela de “La casa de Bernarda Alba” (una entonces novedosa coreografía de Iván Tenorio). A estas creaciones propias me permito agregar La Hechicera de “Exorcismo” (también de Leontieva sobre Bartok); “Majísimo” (de Jorge García sobre las danzas de ‘El Cid’ de Massenet donde Marta asumió en 1973 la maja principal) y La Novia de “Bodas de sangre” de Antonio Gades, papel en el que Marta García brilló con luz propia dentro de un elenco concurrente y poderoso guiado al estreno por el propio genio de Elda.
De la gesta criolla, en la isla, puedo recordar también cuando un pequeño grupo de entusiastas cogíamos el tren llamado “lechero” para ir hasta Camagüey a ver bailar a Marta (y a otros artistas de aquel pequeño grupo evangelizador que había sido “trasladado” hasta allá en la parte oriental del país), como también, en el revuelto arcón de la memoria, está aquella y otras veces su Swanilda y sus intervenciones en “Grand Pas de Quatre”, que no se limitan a su Carlotta Grisi, rol predilecto y que le otorgó la Estrella de Oro de París, sino que tiene su albor con la asunción de la Lucile Grahn y llegó después hasta el de Maria Taglioni. Como decía mi muy admirado Clive Barnes, frente a todos los achaques de la edad, el crítico con años puede orgullosamente decir: “yo estaba allí”. Marta dotó de ciertos toques propios a estos tres papeles señeros, todo dentro de una competencia escénica durísima a base de buen virtuosismo controlado y mesurado a través del estilo.
Puede que no pase de una anécdota, pero para mí tiene mucha importancia. Tengo enmarcado en mi escritorio un cariñoso autógrafo de Marta García; el día que se propició esa rúbrica, no tenía una buena foto a mano, y acudí a una revista ‘Cuba en el Ballet’ en cuya portada estaban ella y Salgado en el segundo acto de “El lago de los cisnes”, luego la recorté y el marco y el cristal hicieron el resto. De esta circunstancia ha pasado algo más de un agitado cuarto de siglo y es el único que poseo de una artista cubana.
La definición del carácter es la última y definitiva línea que dibuja a la “prima ballerina”, y quiero referirme a esto en el caso específico de Marta García, que si bien se mostraba dúctil para lo dramático (pensemos en “Giselle”), también pasaba con pericia al registro de la ‘soubrette’ de “Coppélia” o “La fille mal Gardée”, éstos en las antípodas formales del primero. Y es precisamente el carácter, fuerte y convencido, lo que la impele en esta escritura, como el emotivo regreso que describe a Castro de Rei (Lugo), terruño natal de su padre, un viaje a la semilla con mucho de simbólico. Como escribió el novelista y poeta Jean-Louis Vaudoyer en el prólogo a las memorias de Karsavina al hablar de la casa londinense de la legendaria bailarina rusa en el barrio de Regent’s Park, donde “ciertas casitas recuerdan a un San Petersburgo que ya no existe”, Marta ha escrito este libro en Madrid, donde vive y desde donde evoca unos tiempos y unas arquitecturas que también, en algunos casos, ya no existen.
Por otra parte, la carrera personal de Marta García tuvo algunos giros importantes y singulares que la sitúan con todo mérito en la historia del ballet cubano incluso más allá de su larga labor original, el baile. Primero el trabajo coreográfico que despegó en gran formato con sus fundamentadas contribuciones al “Don Quijote” del Ballet Nacional de Cuba, como a su posterior paso por la dirección del Ballet del Teatro Colón de Buenos Aires en compañía de Orlando Salgado. Si se quiere, ese es el destino natural del trabajo, el laurel lógico al rigor y al buen hacer, pero ya sabemos que no siempre se cumple.
Igual que siempre he sostenido que para entender medularmente a Maurice Béjart (además de indagar en sus propios textos autógrafos) hay que leer a Schopenhauer, a Nietzsche y a Lao-Tsé, para entender la propia génesis de la personalidad de las bailarinas es probablemente necesario leerlas a ellas mismas, pues en este caso el verbo no es otra cosa que el coadyuvante a lo que vimos y oímos o acaso nos relataron nuestros mayores. Pero no todas las bailarinas tienen el coraje de entregarse a la tarea literaria y memorial, porque se necesita eso: coraje, y entender que figuradamente es colocarse de nuevo frente al mismo espejo, ese espejo que todo lo ve y que la ha acompañado a diario y desde siempre.
(Pensión del Maizal y en Madrid, enero-febrero, 2014)
Roger Salas
Una magnífica actriz de ballet, una "mezzo soprano" en Marta García quien es expresiva de pies a cabeza.
Arnold Haskell. Bohemia.
La Habana, 1967.
Marta García fue glamurosa en el rol doble, sus pronunciadas expresiones faciales sugirieron la congelada angustia del cisne blanco, y la simplicidad de sus brazos y los gestos de la cabeza evocaron el estatismo de un sueño. Ella es una prodigiosa estatista en giros y técnicamente segura (…).
Como Odile, la tentadora, García dejó a todos en suspenso.
Jennifer Dunning.
The New York Times, Nueva York, 1979.
(…) En este mismo programa, el público reservó un triunfo al maravilloso Tarde en la Siesta, de Alberto Méndez y más particularmente a Marta García (…)
René Sirvin.
Le Figaro, París, 1984.
Marta García en Bodas de Sangre estaba llena de fuego como lo demostró en cada paso, en cada pose de sus brazos y en cada ritmo (…) Marta García al crear su propia poesía visual, me hizo gritar “¡Olé!”.
Fernau Hall.
Cuba en el Ballet, La Habana, 1986.