EL ARTE 

COREOGRÁFICO DE

ALICIA ALONSO

 

AUTOR:  Pedro Simón Martínez


 

El arte coreográfico de

Alicia Alonso

Selección, prólogo y notas: 

Pedro Simón Martínez

 

© Sobre la presente edición: Ediciones Cumbres, 2021

 

© Foto de cubierta: Alicia Alonso en el personaje protagonista del ballet Dido abandonada, obra de su creación que obtuvo el Premio a la Mejor Coreografía presentada en el 45º Festival Internacional de Edimburgo, en 1991. Foto: Alida Kent

 

© Foto de contracubierta:  Colección Museo Nacional de la Danza

 

Todas las imágenes que aparecen en esta edición provienen de los archivos de la Colección Museo Nacional de la Danza, La Habana, Cuba. 

 

Coordinador: José Ramón Neyra

 

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ISBN: 978-84-947063-9-4

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RESEÑA AL LIBRO

El presente libro ofrece al lector la oportunidad única de encontrar, por primera vez reunida, la información básica sobre uno de los aspectos más destacados en la multifacética personalidad de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso: la creación coreográfica de esta ilustre bailarina y maestra, que cubrió alrededor de ocho décadas y aportó obras esenciales en la reposición de los grandes clásicos, y en creaciones de absoluta originalidad y diverso estilo. Incluye valoraciones de reconocidos representantes de la crítica, y datos esenciales sobre cada obra. El arte coreográfico de Alicia Alonso es un aporte permanente al conocimiento de la personalidad artística de una de las grandes figuras en la historia de la danza escénica.

PRÓLOGO

Cuando investigaba para la realización de un ensayo biográfico sobre Alicia Alonso, hace ya varios años, por primera vez tomé conciencia de que su personalidad exige ser valorada desde diversos puntos de vista, pues el arte de la intérprete no es el único aporte que ha hecho la bailarina a la danza escénica y a la cultura en general. Ella podría ser analizada en su condición de coreógrafa, maestra, personalidad teatral o creadora de tradición y escuela; e incluso, en el contexto cubano, como fenómeno sociológico nacional. Pero ocurre además, que la excelsitud alcanzada por su figura en varias de esas especialidades —pongamos de máximo ejemplo a la intérprete dotada de cualidades excepcionales en aspectos técnicos, estilísticos y dramatúrgicos— suele hacer sombra, o distraer la atención de los deudores de sus múltiples entregas, sobre otras disciplinas de enorme significación en la personalidad de la artista. Y tal es el caso de la creación coreográfica, que hoy pretendemos poner en primer plano con el presente libro, contando para ello con el aporte de un grupo destacado de escritores, críticos y periodistas especializados en la danza, todos conocedores del arte de Alicia Alonso, y testigos presenciales de importantes etapas de su carrera artística.

El ímpetu creativo de la Alonso para la composición de nuevas coreografías, dio muestras de espontaneidad y fuerza natural desde los comienzos de su trayectoria, incluso en la niñez. De cuando era alumna de ballet, se recogen anécdotas sobre la forma en que aquella superdotada jovencita resolvía por sí misma accidentes e imprevistos escénicos, improvisando rápidamente, por iniciativa propia, secuencias de pasos y otras soluciones teatrales. Ya en los inicios de su práctica escénica, como estudiante de la Escuela de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, en los años 30 del pasado siglo, se recuerda que ella montó, por encargo, especialmente para los alumnos de la Escuela Normal de Maestros de La Habana, una coreografía con música de Chopin destinada a la fiesta de fin de curso de aquel centro. Y el año 1942 la encuentra muy activa en la creación coreográfica. En el propio ámbito de la Sociedad Pro-Arte Musical, está montando los bailables de las óperas Aida, de Giuseppe Verdi, y Mignon, de Ambroise Thomas; y realizando en ese mismo año, trabajos escénicos de mayor envergadura en el contexto de la agrupación La Silva, un interesante proyecto de la época en las artes escénicas, dirigida por el actor y dramaturgo español Francisco Martínez Allende, de la que, formaron parte personalidades significativas, entre ellas, Alejo Carpentier, Carmen Montejo y Fernando Alonso. Con La Silva crea La condesita, puesta danzario-teatral de un romance anónimo español de los siglos XV-XVI; y La tinaja, arlequinada en forma de danza sobre personajes de la commedia dell´arte, inspirada en un tema de Boccaccio.

En años sucesivos, la preparación de nuevos ballets compuestos por Alicia Alonso, alternaba con su brillante e intensa carrera de bailarina internacional, y la ferviente labor en Cuba como inspiradora y protagonista principal de un movimiento de ballet de alcances populares. Esta actividad, ideando y llevando a escena nuevas obras, se desarrollaba según las contingencias del momento, con intervalos de recesos y etapas de sorprendente apogeo creativo; pero lo que no cesó nunca fue la labor en la revisión de sus versiones del repertorio tradicional, beneficiadas por un proceso de constante perfeccionamiento, que formaba parte de su concepción más profunda en cuanto a cómo debía realizarse y mantenerse la puesta escénica de las grandes obras clásicas y románticas del pasado. Su trabajo minucioso e ininterrumpido, introduciendo nuevas combinaciones de pasos, no presentes en otras versiones, profundizando en la investigación de aspectos dramatúrgicos y estilísticos originales, se mantuvo activo en todas las épocas. Quizás el ejemplo más representativo del resultado del trabajo de Alicia Alonso como coreógrafa e intérprete de una obra emblemática de la tradición, lo constituya Giselle, el célebre ballet romántico que ella ha sublimado con su genio artístico. Y aunque no se incluyen en el presente libro la relación de los múltiples reconocimientos recibidos por ella en el transcurso de los años, quizás por su simbolismo debemos mencionar que en 1966 la versión coreográfica y la interpretación personal de Alicia Alonso en Giselle recibieron el Grand Prix de la Ville de Paris; y destacar las múltiples connotaciones que tiene este hecho por tratarse de un ballet íntimamente vinculado a la cultura francesa.

El aporte de Alicia Alonso en la creación de versiones de las obras del repertorio romántico y clásico del siglo XIX, merece un estudio profundo y abarcador, que excede las posibilidades del presente libro. Porque su trabajo en la reposición de lo más genuino de la tradición coreográfica, está enraizado con la esencia misma de esta artista. Tiene que ver con el hecho de que su genio enaltece el arte del ballet clásico y de la danza toda, no solo en el aspecto interpretativo, sino por lo que se deriva de las enseñanzas que ella legó a generaciones de bailarines y otros profesionales del ballet, de su época y para el futuro. Y es que Alicia Alonso no se limitó a recibir la herencia de los antiguos maestros que le transmitieron las tradiciones de siglos, sino que supo recrearlas, enriquecerlas y llevarlas a nuevos caminos, sin traicionar su esencia, pero haciendo de ellas una experiencia acorde y cercana a los tiempos modernos, a los públicos y artistas de nuestros días. No obstante que en esta ocasión el tema nos sobrepasa, por su importancia y la riqueza de elementos a considerar, en el presente libro ofrecemos algunos textos valorativos que abordan estas cuestiones, que esperamos sirvan de referencia en el futuro para mayores empeños.

El ejercicio de la creación coreográfica totalmente personal, no referida al repertorio clásico y romántico del siglo XIX, surgió en Alicia Alonso con fuerza y originalidad, tal como se ha mencionado, desde la década del 40 del siglo XX, alcanzando en el transcurso de los años la cifra de más de 40 obras estrenadas, que sumadas a sus versiones de ballets procedentes de la tradición, y a otros trabajos de mayor o menor extensión y permanencia, se acercan a la cifra de 70 títulos.

Las fuentes, circunstancias y variados elementos que contribuyeron a formar y nutrir la vocación natural de Alicia Alonso para la creación coreográfica, tienen que ver fundamentalmente con el período que le correspondió vivir a su llegada a los Estados Unidos de Norteamérica, a partir de 1937, en que simultaneó su actividad artística en ese país con la que realizaba en Cuba. Fue en Nueva York donde ella completó su formación técnica y artística, e inició una trascendente carrera profesional. Allí alcanzó, en pocos años, la condición de estrella internacional de la danza, pero además de culminar su madurez artística, se insertó en una etapa excepcional en la historia del arte de la danza en Norteamérica, pues se iniciaba entonces la fundación de grandes compañías, y un movimiento de creatividad coreográfica que aportaría importantes nombres, reconocidos a escala mundial. Ella suele ser considerada por especialistas como una figura imprescindible de la historia del ballet en ese país, por constituir la gran bailarina clásica surgida en aquel contexto, y haber realizado además prodigiosas interpretaciones de personajes de ballet modernos, muchas veces protagonizando ella el estreno mundial, en creaciones de los más destacados coreógrafos del momento, como George Balanchine, Antony Tudor, Agnes de Mille, Léonide Massine, Boris Romanoff, Eugene Loring, Bronislava Nijinska, Anton Dolin y Michael Kidd, entre otros. 

Y además, producto de las circunstancias históricas, pudo también tener la experiencia de recibir el acervo que llevaron consigo a ese país figuras de la antigua tradición de los ballets rusos, entre ellos, Mijaíl Mordkin, Anatole Oboukhoff, Pierre Vladimirov, Anatole Vilzak, Adolph Bolm, Dimitri Romanoff y Alexandra Fedórova. Como ejemplo excepcional, debemos citar la oportunidad que tuvo la Alonso de trabajar directamente con el mítico coreógrafo y maestro Mijaíl Fokin, del cual recibió, entre otras enseñanzas, el conocimiento profundo de una coreografía emblemática del siglo XX: Las sílfides, adquiriendo así el dominio del peculiar estilo neorromántico de esa obra.

Es también notable la influencia en su formación, obtenida allí del profesor italiano Enrico Zanfretta, un representante de la antigua escuela italiana de ballet, ya en extinción, que junto a la rusa Alexandra Fedórova constituye el binomio de los dos más significativos maestros de la Alonso en esa época. Al margen del ámbito norteamericano, podríamos destacar otras influencias, como las recibidas en diferentes épocas, durante estancias de la bailarina cubana en Europa, de parte de ilustres representantes de la antigua escuela rusa, como Vera Volkova, en Londres; y Olga Preobrajenska, en París.

La producción coreográfica original de Alicia Alonso, dada a conocer en un período de ocho décadas, se caracteriza por la diversidad temática y formal, un amplio e imaginativo lenguaje dancístico, además de su humanismo intrínseco, acorde con la concepción del mundo y la práctica social que la autora ostentó toda su vida.

La variedad de temas en el catálogo coreográfico de Alicia Alonso, a veces provoca asombro en personas que la consideran ante todo como “la gran clásica”, o intérprete exclusiva de famosos personajes de un teatro más tradicional. Para ejemplificar con algunos títulos, muchos no dejan de considerar insólito ver entre sus creaciones de éxito y repercusión internacional, obras como Génesis (1978), donde tuvo como coautores, de la música y el diseño, a dos famosos representantes de la vanguardia artística del siglo XX: el compositor italiano de música electroacústica Luigi Nono, y el artista venezolano Jesús Soto, representante del arte cinético, creador de sorprendentes penetrables de efectos ópticos. Y el tema de la obra fue considerado no menos audaz: el mundo fascinante de la concepción humana, las formas más generales del ciclo evolutivo prenatal, la violencia de la guerra como negación del hombre, y la exaltación del futuro de la vida como derecho de la humanidad. Otra obra que también desconcertó a cierto público fue Misión Korad (1980), inspirada en un poema de ciencia ficción de Oscar Hurtado, con un collage de música electroacústica, y que se desarrolla en una ciudad del planeta Marte. Ese ballet, protagonizado por la propia coreógrafa en el rol de una princesa marciana, llamada Thoris, es considerado el primer ballet de ciencia ficción en la historia. Y por último, mencionaremos el ballet Verbum (2004), con la música vanguardista de catalán Joan Guinjoan, que aborda nada menos que el tema del genoma humano. Esto no obsta para que haya ocupado su imaginación coreográfica en temas con protagonistas más convencionales; y también con personajes literarios e históricos, por ejemplo, Juana I de Castilla, conocida como Juana la Loca (Juana, razón y amor, 1993); Lucía Jerez (sobre la heroína titular de la novela homónima de José Martí, 2008); o el tema de Romeo y Julieta (Shakespeare y sus máscaras, 2003); esta última obra, por cierto, acreedora en 2004 del Premio Villanueva, otorgado a la Mejor Puesta Escénica por la Sección de Crítica, Investigaciones y Teatrología de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Aparte del mundialmente aclamado trabajo en la reposición de los grandes ballets del siglo XIX, partiendo de los elementos originales que hubieran podido probarse, con el mayor respeto a sus autores iniciales, como Dauberval, Coralli, Perrot, Saint-Léon, Petipa e Ivánov, hay que destacar también la realización por Alicia Alonso de reconstrucciones de títulos en que no existían elementos de la coreografía original, por lo que su creación coreográfica debió basarse exclusivamente en sus conocimientos del estilo y de los modos expresivos de la época de la obra, aparte de aspectos de la dramaturgia, relatos u otros antecedentes que pudieron acopiarse. Esos son los casos de Dido abandonada, del italiano Gasparo Angiolini, con libreto del coreógrafo sobre Metastasio y Virgilio, ballet del siglo XVIII, repuesto en 1988, con coreografía y puesta en escena creadas íntegramente por Alicia Alonso, que también hizo célebre su interpretación del rol protagonista. Esta coreografía, de gran éxito, obtuvo en 1991 el Premio de la Crítica en el Festival de Edimburgo, Reino Unido. Otro título, es un ballet totalmente perdido de Lev Ivánov, nombrado La flauta mágica, cuya reconstrucción en 2004 fue enteramente original de Alicia Alonso. 

En la amplia gama de temas presentes en la inventiva coreográfica de Alicia Alonso, es de destacar su atención a aspectos de la cultura cubana, con trabajos que se relacionan, de diversas maneras, a personalidades de la literatura nacional como José Martí (el mencionado ballet Lucía Jerez, inspirado en su novela homónima), Gertrudis Gómez de Avellaneda (Tula, sobre la vida y obra de esta insigne escritora, 1998), la joven poetisa Juana Borrero —en su relación amorosa con Carlos Pío Urhbach— (La noche del eclipse, 2010), José Lezama Lima (Muerte de Narciso, 2010) y Virgilio Piñera (La destrucción del danzante, 2012), estos últimos sobre los poemas homónimos de ambos autores. También esta voluntad se manifiesta en el uso de música creada por compositores cubanos, como Ignacio Cervantes, Lico Jiménez, Ernesto Lecuona, Julián Orbón, Francisco A. Nugué, Enrique González Mántici, Juan Piñera, Calixto Álvarez y Chucho Valdés, entre otros. Además ha unido su trabajo a representantes de la artes plásticas, acción que tiene su máximo ejemplo en el novedoso ballet Cuadros en una exposición, que recrea escénicamente la obra de una docena de pintores cubanos, con una amplia representatividad de nombres muy destacados de artistas de la plástica nacional.

La obra coreográfica de Alicia Alonso, en sus distintas vertientes, es un orgullo de la cultura cubana, una ganancia viva e inapreciable, en primer lugar, para el Ballet Nacional de Cuba, que la recibe como aporte magistral de su principal fundadora y eterno símbolo. Según la merecida Resolución Oficial que declaró al Ballet Nacional de Cuba como Patrimonio Cultural de la Nación, quedó expresamente establecido que un factor inalienable del mismo lo constituye la personalidad de Alicia Alonso. Y es un hecho que su aporte al arte coreográfico, en su diversidad y plenitud, es parte intrínseca del perfil artístico y humano de su persona.

La danza es un arte interpretativo, de características especiales, cuya consumación nace y muere en un instante privilegiado. No tiene la ventaja de otras expresiones artísticas, como por ejemplo, la composición musical, que se conserva íntegra en la partitura, o del impulso creativo del pintor, que se plasma y permanece pleno en el lienzo. Es por ello que el patrimonio que nos legó Alicia Alonso en su arte coreográfico solo seguirá viviendo en su total esplendor en el acto de la interpretación escénica, más allá de los siempre insuficientes —aunque útiles—, registros fílmicos. Es por ello la necesidad de rigurosas reposiciones teatrales, realizadas con eficiencia, esmero y fidelidad, de acuerdo con todos los elementos evidentes en su voluntad creativa. Lo que no quiere decir que a la reposición no se sumen el talento interpretativo y la frescura de las nuevas generaciones, como siempre ella misma defendió.

Confiamos en que ese sea el destino del patrimonio coreográfico de Alicia Alonso, para gloria del arte de la danza y como contrapartida agradecida de los intérpretes de hoy y del futuro, ante el legado que reciben de nuestra más grande artista —calificada por Alejo Carpentier como “la Artista Nacional”— no solo en el juicio de la historia, sino también en el amor que de manera única y elocuente le muestra su pueblo y le otorgan los amantes del arte de la danza en todo el mundo.

 

2021

 

 

 



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MADRID- ESPAÑA